EL 8 de Diciembre
Autor: GALVÁN BENEDICTO MANUEL
VALOR: SOLIDARIDAD
-Ese día la virgencita lo puso a usted, sí, sí, fue ella, me decía la abuela mientras me besuqueaba nerviosa.
- Emi, salúdalo al señor, le había dicho un momento antes al chico de unos dieciséis años que la acompañaba en el colectivo donde nos encontramos.
Emi con una sonrisa simple, musitó un inaudible hola, y giró sorprendido la cara de piel morena hacia mí. Quise acariciarlo, pero no, por qué lo iba a hacer. Sus ojos se achinaron al sonreír y con las manos se aplastó el cabello corto y suavemente ondulado. Seguro conocía lo sucedido, pero no a mí, y yo no lo había vuelto a ver desde ese 8 de Diciembre día de la Virgen.
Habían pasado casi quince años, desde aquel hecho. Emi era de cuerpo menudito, y tenía recién año y medio, según me dijo tiempo después la madre que vino a agradecerme. A la abuela, una mujer delgada que camina apoyada en un bastón la encontraba siempre en el barrio junto a Blanca, con quien lleva la imagen de la virgen a las casas, donde rezan un instante y la dejan algunos días y regresan luego a buscarla y así de esa manera la virgen visita a los vecinos.
Y siempre que la encontraba me besaba y agradecía, -a usted la virgencita lo puso en ese lugar, gracias a ella y a usted, mi Emi vive, repetía. -Y justo, el 8 de Diciembre día de la Virgen. Está tan lindo mi Emi y ya aprendió a nadar, dice y me mira con una sonrisa.
Y, sí, esa era la fecha. Ya se terminaba la tarde. Yo volvía con Marcelo, el último de mis pequeños atletas, de un grupo que ayudo a prepararse y participar en torneos locales. Y así hago mi aporte a la comunidad, complementando mi idea, que la práctica del atletismo es un aporte importantísimo en la formación de las personas.
Nos sorprendimos de los gritos de una mujer que provenían al parecer del interior de una casa a unos cincuenta metros. Un joven parado en la vereda levanta la cabeza tratando de ubicar la procedencia y se retira. Se estará peleando con el marido, le comento a Marcelo, que con sus diez años me mira asombrado. Y ya estamos en la puerta de la casa de donde se siguen escuchando los gritos desesperados y más fuertes; en ese instante sale corriendo una mujer delgada, con su ropa y cabellos desaliñados y mojados con una criatura en brazos de no más de dos años con solo un pantaloncito puesto, también chorreando agua.
-¡Se me ahogó el nene, se me ahogó el nene!- grita afónica mientras estira los brazos con el chico inconsciente o tal vez muerto, pidiendo ayuda.
Todo sucedió en un flash, que cambia la vida, cambia los hechos, las emociones, subleva la mente, estira los músculos y duele el cuerpo. Es una posesión o cambio instantáneo de un estado a otro por una escena puesta enfrente que impulsa y abruma. Emociona, enceguece y acciona todos los recursos dormidos. El tiempo viaja a velocidades abismales y el mundo se transforma en un micro mundo de lucha y fatiga. Oxígeno y alma que se expelen y se atraen y el minúsculo cuerpo frío que espera flácido el final de la lucha que no buscó y que en un instante se transformó en trofeo.
Ya en la vereda le arrebato la criatura y poniendo una rodilla en tierra lo apoyo en la otra y trato de reanimarlo con la respiración boca a boca, que vaya saber cuando me lo habían enseñado. Otra cosa no podía hacer, mientras los gritos de ella pasaban de agudos a roncos y penetrantes que me apuraban y aturdían tanto como ese cuerpecito mojado que se me resbalaba de las manos, y yo seguía soplando en su boquita y nariz buscando su respuesta. Sabía que también tenía que hacer presión sobre su pecho, tan pequeño como mi mano abierta.
Se resbala el cuerpo inerte que trato de tomar y mantener entre mis brazos para seguir aplicando la técnica de respiración. Y ella grita y grita.
¿Y Marcelo? – Pará un auto, le grito en mi desesperación, sintiendo que el nene no respondía a mis estímulos, al contrario, ese ínfimo ser parecía más frío y húmedo. Yo arrodillado y apretándolo contra mí, soplaba insistente en su pequeña boca que trataba de abrir con mis gruesos dedos. La carita pálida y los ojos cerrados no daban señales a mis acciones y menos a los gritos de su madre-¡Se me ahogó el nene, mi marido me mata, se me ahogó el nene! vociferaba ronca y desesperada.
¿Y la gente, y los autos y colectivos que pasan por esa calle, nadie ve, nadie oye?
Y en un momento de ese tiempo abismal estábamos arriba de un coche con el nene en brazos y la madre con su llanto y gritos intensos, interminables.
A quince cuadras está el hospital, hay que seguir soplando en su boca y presionando su pecho, siento los bocinazos reiterados del vehículo y los gritos, los gritos.
-Ya estamos llegando dice el muchacho que maneja y en esos momentos siento que el chiquillo me muerde el labio y llora cuando trato de soplar su boquita. Y Dios habrá llorado cuando sopló sobre el rostro del hombre y le dio vida. O no fue Él quien lo hizo y por lo tanto no lloró; pero si hay nacimiento hay llanto, siempre.
Todo se repite, el sol, la noche, las estrellas. ¿Sólo el hombre puede cambiar el destino del hombre?
La primera reacción de vida desde que la madre lo sacó de la pileta donde se había caído con el triciclo.
¿Cuánto tiempo pasó, quién lo sabe?
Todos corriendo entramos a la guardia donde lo toman los médicos y en medio de los llantos y gritos de la madre se sienten los de él.
¿Qué te pasó papá? Me dijo mi hija al verme llegar mojado pálido y los ojos rojos. No le contesté, la abracé y lloré un rato largo.