UNA BUENA IDEA

Autora: María Consuelo Álvarez  
 Valores: bondad, solidaridad, cooperación, amistad, cuidado, amor, generosidad
   (Fuente de inspiración: la solidaridad de un grupo de chicos, ante un perrito atropellado)


El barrio era tranquilo. Casi todos los niños que vivían ahí, concurrían a la misma escuela, conformando un lindo grupo de compañeros y amigos.
Después de la merienda, se reunían para jugar, como si estuviesen en un recreo escolar.
A veces armaban un partido de fútbol, jugaban a las escondidas, se cambiaban figuritas o simplemente charlaban.
Una mañana cuando se dirigían a la escuela, vieron como los ancianos que habitaban la casa más grande de la cuadra, se estaban mudando.
Los chicos se pusieron contentos ante la posibilidad de que los nuevos vecinos, fueran una familia con hijos, de la misma edad que ellos, para tener más amigos.
Trascurrió un mes, luego otro y la casa continuaba desocupada.
Una tarde, bastante monótona, los chicos se sobresaltaron al escuchar la frenada de un auto y el aullido de un perrito. Todos corrieron para socorrer al pobrecito, que tenía una patita lastimada y no se movía de tan asustado que estaba. 
Santiago lo levantó con cuidado, entendiendo que sería necesario curar la herida.
Del consultorio de su papá, Marcos trajo todos los elementos indispensables para vendar la herida y aliviar al cachorrito.
-No podemos dejarlo abandonado – opinó Matías.  
Y todos sabían que en sus casas no lo iban a aceptar. La única alternativa era encontrar la solución. La respuesta: ellos mismos.
Lucía se encargó de traer comida. Francisco pidió en el supermercado, una caja grande de cartón para prepararle una cama y sacó del taller de su papá, un viejo pulóver de lana, que ya no usaba.
Con todos estos elementos, solucionaron una parte del problema pero… ¿Dónde le armarían la casita?...Eso era lo más preocupante.
-¿En el terreno baldío de la esquina? –
-¿En la plaza? –
-¿En el refugio de la parada de los colectivos? - 
No, no… Ninguno de estos lugares, les resultaban confiables.
El tiempo pasaba y no querían desamparar al animalito lastimado.
-Ya sé – dijo Ana, muy segura. La casa grande está desocupada y no molestaremos a nadie. Es una buena idea… la única en realidad que se me ocurre.
Simulando que jugaban a la mancha, ante la presencia de algún vecino que pasaba, fueron trepando la reja, uno a uno el muro.
Atravesaron el jardín y atrás de la casa, encontraron el rincón ideal para el cachorro.
Todos los días, los chicos se ocupaban de dejarle agua fresca, alimento suficiente y le desinfectaban la herida.
Después de intercambiar opiniones, decidieron llamarlo Blas. Se fueron encariñando cada día más con el manso y agradecido perrito, que los recibía feliz, moviendo la colita.
Una tarde llegó Santiago, cargando un cajón en sus brazos y seguido por una gata desconfiada y orgullosa.
-Los abandonaron en el baldío y tenemos que ayudarlos- les anunció a sus amigos.
Muy intrigados, rodearon a Santiago para descubrir lo que traía: Tres gatitos muy chiquitos, dormían tranquilos.
-¡Que lindos son!- lástima que no me puedo llevar uno a casa.- presume Agustina.
Por ahora no se los puede separar de la mamá. Ella los tiene que alimentar. Yo considero que lo mejor será dejarlos con Blas, en la casa grande y traer comida para la gata.- juzgó Santiago.
-Ya mismo voy a buscar. En mi casa hay una bolsa enorme de alimento para Zulú, la gata de mi abuela –  ofreció Katya.
Ingresaron a los gatitos con mucho cuidado y la gata madre no se separaba ni un segundo de ellos. -
-Si continuamos trayendo animalitos, vamos a convertir esta casa en un zoológico- comentó Ana.
Justo en ese mismo momento, apareció Hernán detrás de la reja y con cara de preocupado dijo: -Miren que encontré en el balcón de mi casa-. Y bajando el cierre de su campera, se asomaba un lorito curioso.
-Tiene el ala izquierda lastimada -¿Qué podemos hacer? Primero curarlo… ¿y después…?
-Lo dejamos acá, junto a los demás. No puede volar y no se va a escapar por unos días- razonó Francisco.
-Yo le traeré semillas de girasol y alguna fruta – resolvió Paula.
-Yo voy a buscar papeles y un cajón para que tenga su refugio y se sienta tranquilo- avisó José Luis.
Cuando todo estuvo listo, los chicos de despidieron hasta el día siguiente.
En el primer recreo Ana reunió a sus amigos y les reveló que se le había ocurrido una buena idea: podrían entre todos, convertir la casa grande en un hogar para los animalitos perdidos o abandonados. Les darían comida, los cuidarían y les buscarían nuevos dueños, entre los vecinos del barrio.
Todos se adhirieron muy entusiasmados y se pusieron de acuerdo en reunirse por la tarde, para seguir planificando.
A medida que iban llegando de la escuela, los chicos se quedaban petrificados ante lo que veían. Un camión estacionado frente a la casa grande y varias personas descargaban muebles y paquetes.
-¿Y ahora qué hacemos para sacar a Blas, a los gatitos y al lorito? -preguntó Hernán.
-Si nos acercamos a pedirlos, sabrán que fuimos nosotros los que entramos sin autorización y en cuanto se enteren nuestros padres, tendremos penitencia para varios días – suspiraba Ana.
-No nos queda nada por hacer, más que esperar y estar atentos. Nos vemos después de almorzar- sugierió Marcos.
Cuando se volvieron a reunir, el camión de la mudanza ya se había ido. Las ventanas estaban abiertas y había movimientos y ruidos dentro de la casa.
-Pobre Blas…Y los gatitos tan chiquitos… y el lorito… ¿Los habrán matado?- se horrorizaba Katya.
-No, pero no… ¿Cómo se te ocurre? Puede ser que los hayan echado o todavía estén ahí, muy asustados ante los desconocidos – calculó Santiago.
Tan preocupados estaban, que no se percataron que una señora mayor, con rulos y gafas, se acercaba. Saludó muy cordial y les preguntó a los chicos si la podían ayudar, ya que era nueva en el barrio, no conocía a nadie y necesitaba encontrar a ciertas personas, que habían olvidado algo en su nueva casa...
La desesperación se dibujó perfecta, en la cara de los chicos, que no sabían disimular.
La señora, ignorando las expresiones, continúo explicándoles: -Estoy muy contenta de haber elegido este barrio. Ya noté que hay personas con muy buen corazón y como necesitaré varios ayudantes, pensé que quizás ustedes sepan quienes cuidaron a un perrito con una patita lastimada, a una gata con sus gatitos y a un lorito…Me llamo María, soy veterinaria y amo a los animales. Como la casa es muy grande, destinaré una parte para albergar a los animales enfermos, perdidos o abandonados, hasta encontrarles un hogar donde los quieran y los cuiden…
-¡Eso es justamente lo que nosotros pensábamos hacer!- exclamó Ana, sin tener en cuenta que se ponía en evidencia y palidecía al instante.
-¡Pero qué suerte!... ¿Todos ustedes quieren colaborar?- interrogó María, tratando de disimular la risa.
- Sí, sí, sí – corearon los amigos.
-¿Podrían empezar ya mismo?... Tengo a mis primeros pensionistas, impacientes por recibir visitas-consultó María.
Y así fue, como los chicos pudieron hacer realidad una buena idea.