La ciudad con bellísima  luz propia
(La ciudad plena de valores)
Autora: Estela Musciano  

Transcurrían los días todos iguales. ¿Todos iguales? Recién hoy, por la posibilidad de la perspectiva diferente que proporciona la distancia, puedo dar respuesta a ese interrogante y manifestar con certeza que no había un día igual a otro.

VALORES: Todos los sugeridos, desde el Certamen, más: orden, trabajo
belleza, amistad, confianza, Unidad en la diversidad
  
          Durante las mañanas se ponían en marcha los motores de las amas de casa aseando sus veredas, los niños que con mayor o menor apuro iban a cumplir con sus obligaciones escolares y los hombres que con atuendos diferentes según sus ocupaciones salían solos o acompañando a sus hijos si coincidían en horarios. Todo esto parecía siempre igual a mis curiosos ojos de niña que trataba de  captar todas las imágenes posibles y tejer historias que seguramente no tenían mucho que ver con la realidad.
           Había pocos sonidos agregados ya que en este barrio sólo dos o tres familias contaban con auto propio y lo ponían al servicio de los vecinos a los que alguna emergencia los intranquilizaba. ¡Cuánta solidaridad espontánea, sin título, pero real y palpable!
           La hora de la siesta llegaba implacable, era esta hora muy conflictiva ya que los adultos querían imponerla y los pequeños se negaban y apelaban a todo tipo de travesuras para entretenerse sin que se advirtieran sus andadas. Todo se llevaba a cabo sin desoír los consejos de los mayores que veían en el descanso algo saludable para poder reponerse de los madrugones con que comenzaban la tarea. (¿consejos saludables, vida ordenada, respeto por las necesidades de cada uno?)
           Llegaba la tarde, la suculenta merienda con algún ingrediente casero que reunía al gusto natural el agregado del  sabor que proporcionan las manos del amor con que se hace, hora de intercambio de la familia con los diversos relatos que cada uno llevaba consigo y donde nosotros, los niños, contábamos con mayores o menores  detalles lo acontecido según fueran los resultados logrados.
           Arribamos a la hora que más disfrutábamos porque nos esperaban ratos de juegos compartidos con los amigos del barrio, bicicletas, patines, monopatines, sogas y todo otro juguete que intercambiábamos mientras nuestros padres nos observaban y paseaban el perro o regaban los jardines y conversaban con algún circunstancial paseante tratando los temas vigentes de su interés. (Convivencia armónica, diálogos, juegos compartidos, buena vecindad. Por todo esto sigo pensando en la ciudad de los valores)
            Seguiré este sencillo relato porque  hoy en mi edad más que adulta sigo haciéndome preguntas para muchas de las cuales con inmenso dolor no hallo respuestas que satisfagan la necesidad de poder conformarme.
            Ya se advirtió que los ojos curiosos de esa niña eran los míos que  vieron en ese lugar al cobrador de la luz, con una cartera de cuero larga donde llevaba los recibos de cada vecino y los iba reemplazando por el dinero que le daban los cumplidores contribuyentes y que al cabo de los años era un amigo y lo convidaban con un café o algo fresco según las circunstancias.
            Otro amigo era el lechero que medía  la leche con un jarro abollado (tendría la cantidad justa? Nadie cuestionaba) quien depositaba el líquido (que gracias a Dios no faltaba en las casas) en los hervidores de aluminio que iban enseguida a la hornalla de la cocina a querosén.
            Así pasaba el verdulero con su carro, el panadero con un llamador característico,  el heladero, al que corríamos todos los chicos, el vendedor de pavos, como  anuncio de la proximidad de la Navidad  y muchos otros comerciantes con mercaderías diversas que así mismo establecían una relación de respeto y colaboración con las familias.
            Este no es el cuento que me solicitaron mas bien lo veo como un inventario de una época en la que la comunicación personal se privilegiaba, en la que el auge de la tecnología aún estaba muy lejano y en la que la televisión había empezado a aparecer tímidamente en algunos hogares de poquísimos vecinos quienes lo compartían con los más allegados a ellos.
            El barrio en el que pasé los hermosos y felices años de mi infancia y que por suerte se prolongó por casi toda mi existencia es uno de las barriadas del hermoso San Isidro. Allí conocí al “loco” Félix a quien le temía porque era una figura de extraño proceder, pero estaba la seguridad que dan padres atentos quienes en todo momento quienes me  hicieron ver que era  un ser inofensivo y hasta llegué a apreciar su actitud, ya que acompañaba a todos los vecinos a la última morada.
            Conocí y disfruté las fiestas patronales de los 15 de mayo y recuerdo que el pueblo entero se volcaba a las calles para la procesión de la tarde y las kermeses de la noche las que culminaban con fuegos artificiales atronadores,  muy hábilmente utilizados.
             Llegábamos a la plaza por la galería de naranjos con sus perfumes a azahar y saludando a todos los conocidos. Nosotros constituíamos una familia muy hermosa, feliz, con padres trabajadores y dedicados a brindarnos todo lo necesario sin excesos pero también sin carencias y éstas fiestas patronales se aprovechaban para estrenar los abrigos y ropita nueva ya que la ocasión lo ameritaba.
             En  la procesión  se respiraba la religiosidad de un pueblo cuyos valores estaban muy claros y perfectamente ejercitados, personas de toda edad y de las más diversas clases sociales se confundían entonando con profundo fervor los cánticos que todos aprendimos y llevamos incorporados hasta hoy pidiendo al Señor por  la comunidad necesitada.
            A la kermese concurría masivamente gente de los pueblos vecinos y había todo tipo de juegos de habilidad y azar con muy diferentes premios que acaparaban la  atención y deseos de posesión de muchos, le proporcionaban alegría a unos pocos afortunados y despertaban sentimientos de envidia en los demás.
            Todo transcurría dentro del orden, se cumplían los horarios  estrictamente y en interminables caravanas regresábamos a casa para retomar las obligaciones interrumpidas por el sin igual festejo.
            Por haber vivido tantos años en San Isidro y durante el tiempo de crecer, formar una familia, tener hijos y acompañar a ellos y a un esposo nacido y criado también en esta hermosa ciudad podría contar muchas otras anécdotas Hoy no me salió el cuento que me propuse hacer sino un racconto de hechos y momentos vividos  Quise empezar una historia con una pregunta a la que me propuse responder  y trataré de hacerlo.
             Los días no transcurrían todos iguales, los nenes pequeños permanecíamos ajenos a los vaivenes de la sociedad. Llegaban vecinos nuevos, otros se mudaban, sufrían los mismos problemas de hoy pero nosotros disfrutábamos de nuestra infancia como debe ser y eso nos proporcionaba la idea de que todos los días eran iguales. Hoy ya lejos del barrio y con la ausencia de tantos seres queridos tengo la posibilidad de ver y valorar a mis familiares y a esos vecinos que anónimamente estaban para el menor requerimiento explícito o silencioso.
              La totalidad de quienes tengo en mi recuerdo eran educados, solidarios, serviciales, atentos, amables, íntegros, de palabra, desinteresados, y podría seguir poniendo adjetivos sin temor de agotar la lista. Y hoy me hago esta otra pregunta ¿Sólo en este barrio de San Isidro sucedía esto o en el resto de las ciudades también? ¿Qué nos pasó? Hoy pedimos lo que antes se daba naturalmente y no solamente no lo logramos sino que perdimos la confianza en el otro, nos aislamos cada día más y cada uno busca su propia salvación. ¿Dónde están los valores? ¿Se perdieron? La luz que irradiaban ¿se oscureció? NO, los valores siguen presentes en los ojitos titilantes de los pequeños cuando se aproximan a sus abuelos, en  las miradas de éstos cuando los ven o hablan de ellos, en cada persona de bien que tiende su mano al prójimo, en cada ser humano que lucha diaria y denodadamente desde su pequeño lugar para mejorar su casa, su ciudad, su país. Y no de palabra sino accionando porque debemos tener presente que  “los valores  se convierten en tales cuando dejan de ser palabras para ser acciones palpables y contundentes.”
                                                                         Una abuela con hermosas vivencias