Una historia de amor  
AUTORA: Liliana Susana Doyle    

A mis sobrinas María, Dolores y Milagros, las "princesitas", con todo cariño.
Valores tratados: el amor, la integración racial, el respeto por las creencias   diferentes,
la esperanza. El amor por la historia de los antepasados y sus raíces.

   Siglo XVI. América. Territorio convulso, que los conquistadores empezaban a dominar con la cruz y la espada. "A Dios rogando y con el mazo dando", cambiando espejitos de colores por oro, repartiendo tierras y seres humanos al mejor estilo medieval de siervos de la gleba. Anulando culturas, destruyendo templos, imponiendo su imperio, su lengua y su religión...
   Perú era el lugar más codiciado, por sus espléndidas minas de oro. El sueño castellano de combatir a los herejes en España y de reconquistar el territorio de manos de los infieles se proyectó en estas latitudes. Los antiguos códices fueron quemados. Las magníficas pirámides, monumentos y observatorios astronómicos, destruidos. Los habitantes originarios, perseguidos con mastines de dientes tremendos, esclavizados, marcados con hierro candente, y diezmados por la salvaje codicia y por las enfermedades para las que no había defensas en los organismos de los pueblos aborígenes: viruela, tuberculosis, sífilis ( el "mal francés", para los españoles, o el "mal español", para los franceses). Hasta una simple gripe era y es aún mortal para los pueblos autóctonos alejados de la civilización. 
  Pese a esto, hubo actos de heroísmo y santos abnegados, que dieron su vida por la evangelización, como San Francisco Solano, el Santo del Violín. Hubo milagros, en medio de tanto odio y violencia. Milagros hechos por Vírgenes resplandecientes, soberanas sobre el Sol y la Luna. Pero también muchos milagros domésticos, cotidianos, como la epifanía del amor entre seres de estos mundos tan distintos, enfrentados, la mayoría de las veces, por un inmenso odio.
   Ésta es una de esas historias, más curiosa aún por cuanto involucra a miembros de mi familia: un antepasado de uno de mis cuñados, y otro de mi hermana y mío, por lo tanto. Me refiero, en el primer caso, al Tercer Adelantado del Río de la Plata, Juan Torres de Vera y Aragón. En el segundo, al Virrey Francisco Toledo, de Perú, en realidad Álvarez de Toledo, que ése era su apellido completo. Y fue a través de la inquietud de mi hermana por conocer los orígenes de las respectivas familias, que me enteré de lo sucedido. Es una fantástica historia de amor. En estos momentos en que el amor está en crisis, devaluado, no está de más rescatarla. En realidad, son dos historias entrelazadas: las de dos mujeres de sangre real Inca enamoradas de dos Don Juanes de la conquista española religiosas de su mujer.  
Pero su felicidad duró muy poco, porque Leonor murió muy joven...

II
 "¡¿ Qué será de mi hijita, pobrecita?!. Pachamama, Viracocha, Inti, Mama Quilla: cuídenla y protéjanla. ¡Tengo que dejarla tan chiquita!
  La primera de ellas se llamaba Leonor Yupanqui y pertenecía a la más pura realeza Inca. Formó pareja con Don Juan Ortiz de Zárate. Según afirma el historiador Daniel Balmaceda, Don Juan no quiso casarse con su amada Leonor ( aunque obtuvo el permiso real para llevar adelante esta relación), por respeto a las creencias  y tan sola!!! Cuídala, Juan, por el amor que nos tuvimos, entre tanta sangre, odio y destrucción. Cuida a nuestra Juanita".
  
Quizás así se despediría Leonor Yupanqui, noble Inca, de su marido Juan Ortiz de Zárate, al morir tan joven, dejando huérfana a su hija Juana, de tan sólo cuatro años de edad.
   "Ortiz de Zárate hizo lo que hacía todo padre viudo en aquel tiempo: seguir adelante con sus proyectos y dejar a la criollita en manos de una familia limeña". (Balmaceda, Daniel: "Amores Turbulentos de la Historia Argentina").
  
Más tarde, Don Juan viajó a España para recibir su tan ansiado nombramiento de Adelantado del Río de la Plata, título que siempre pareció atraer la desgracia, como a su antecesor, Don Pedro de Mendoza.
  Regresó en 1570, victorioso, llegando a Paraguay muy enfermo, sin energía, con sesenta y cinco años de edad.Ni siquiera logró cumplir un año de gobierno, porque fue envenenado, supuestamente. Pero los complotados no sabían cómo había hecho su testamento, lo que fue sorprendente y revolucionario para la época. En efecto, dejó en herencia su cargo de Adelantado a quien se casara con su hija Juana, aún soltera y de diez y seis años, que vivía en Lima, ignorante de que se había convertido repentinamente en heredera de una enorme fortuna y un título. 
 Su padre le pidió a su amigo, el conquistador Juan de Garay, que la buscara, la protegiera, le encontrara un buen marido y la llevara a Asunción del Paraguay.
 Cuando Garay llegó a Perú, luego de un viaje lleno de peripecias y peligros, se entrevistó con el Virrey Toledo para comunicarle todo lo sucedido, y cuáles eran los mandatos de su fallecido padre para Juanita.
 Las noticias habían corrido como un reguero de pólvora y la hermosa niña ya tenía numerosos pretendientes, entre ellos, el preferido por el Virrey Toledo.
 Pero ella ya había elegido a otro, también amigo de Garay: Juan Torres de Vera y Aragón, quien sería más tarde el fundador de la ciudad de Corrientes. Sin embargo, éste no pudo concretar sus deseos de casarse con la hermosa Ñusta Ortiz, dueña de estancias y de capital, por culpa de la oposición del Virrey.
Finalmente, luego de años de lucha, cárcel y espera, se pudo realizar el tan ansiado casamiento.
Y así, entraron en la historia de nuestro país y dejaron descendientes que aún hoy perpetúan su sangre y la memoria de esta historia de amor...