Una visita al campo
Autora: MARÍA  ROSA  ANTONIETA GNIDICA 
valores: ALEGRÍA, AMOR, PAZ.

        Atardecía cuando dejaron la ciudad, la ruta aparecía despejada y los niños estaban tranquilos en el coche, dormitando en el asiento trasero. Ella pensó que llegarían, entrada la noche, a la casa del campo junto al lago. Todo estaba organizado, incluso ya tenía preparada una cena lista para servir.
        Mientras se acercaban a su destino, la oscuridad era más profunda y los resplandores de la ciudad se perdían en la distancia. El aire que se percibía era fresco y húmedo. Impregnaba los pensamientos con un suave olor a hierba.
         Todos estaban muy entusiasmados. Éstas serían unas vacaciones especiales en las que podrían realizar muchas cosas nuevas. Pan casero en el horno de barro, caminatas por el campo, remar en el lago y muchos juegos inventados para compartir.
         Los niños se despertaron cuando se detuvo el coche. Al cerrar las puertas se escuchaba  el croar de las ranas. Él comenzó a  abrir la puerta de la casa y encender las luces; ella lo acompañó acomodando cosas que traía en el coche.
          La noche oscura y estrellada, musical y perfumada rodeaba a la casa, el lago y la vegetación. Se escuchó una voz  entre el murmullo…Mamá! Mamá! ¿Qué son estas luces? Ella se orientó en dirección a los juncos que crecían junto al lago y se sorprendió al ver que sus hijos, sentados en el suelo, seguían con suaves movimientos a las lucíérnagas que se encendían sobre del pasto.
         Son bichitos de luz, niños, y aparecen de noche en verano. Comenzó entonces el aluvión de preguntas, ¿vuelan muy alto mamá?, ¿cuánto viven?, ¿ qué comen?, ¿se pueden tocar? Ahora tengo que preparar la casa, mientras tanto pueden quedarse aquí mirando hasta que los venga a buscar. Antes que pudiera realizar algún movimiemto uno de ellos replicó, ¿mamá por qué no tenemos luz como ellos?. Ella se detuvo un instante y acariciándole la melena dijo, miren hacia arriba ¿que ven? Estrellas!!!!- respondieron. También son luces que parpadean, muy parecidas a estos bichitos, y agregó, nosotros también tenemos una luz interior. Está en el corazón, se enciende cuando sentimos armonía, entonces se asoma por los ojos y brilla también en las sonrisas. Hay que alimentarla todos los días. Si ahora nos damos un gran abrazo, la podemos alimentar. Los tres se abrazaron sonrientes acompañando a las luces de la noche. Vamos a la casa niños, después decidiremos si dormimos o miramos más bichitos de luz. Los niños, aún sorprendidos, se dirigieron  hacia la casa. Las luciérnagas y las estrellas continuaban parpadeando. ¡Cuánto tengo que aprender!, pensó ella, recién comienzan las preguntas.